Rubens Barrichello ha pasado a la historia de la Fórmula 1 por ser el eterno segundón. El piloto brasileño fue en seis temporadas el compañero de equipo del piloto que se proclamaría campeón del mundo, un récord que, desde luego, no es el más envidiable. Su larga trayectoria en la categoría reina del automovilismo se desarrolló a través de un perfil amigable y humilde, simpático y trabajador, alejado en cuanto a actitud de los machos alfa de la parrilla.
Barrichello era el complemento perfecto, el escudero ideal para asegurar el necesario equilibrio de su equipo. Nacido en Sao Paulo el 23 de mayo de 1972, debutó en 1993 en las filas de la escudería Jordan, en el Gran Premio de Europa. Aquella misma temporada quedó patente su talento al finalizar en una meritoria quinta plaza en Japón. Barrichello estaba llamado a ser el heredero natural de Ayrton Senna.
Era la mayor esperanza de Brasil para coger el testigo de la indiscutible leyenda. Ambos pilotos forjaron una estrecha amistad. Rubens veía en Ayrton un espejo donde mirarse, un ídolo al que emular tratando de seguir sus pasos. El destino quiso que sus nombres quedasen grabados como protagonistas de uno de los momentos más tristes que la Fórmula 1 ha vivido en toda su historia.
Barrichello fue el primero en sufrir en su propia piel los inmensos peligros que entrañaba aquel trágico Gran Premio en Imola 1994. En los entrenamientos libres su monoplaza salió despedido y acabó boca abajo contra el suelo, en lo que pudo haber sido un accidente fatal pero que, afortunadamente, se saldó sin consecuencias graves.
La suerte con la que contó el piloto de Jordan fue la que abandonó a Ratzenberger y Senna. El austriaco perdió la vida en la clasificación del sábado y el héroe brasileño, en la carrera del domingo. Barrichello se quedaba sin su referente de la forma más cruel posible, y puede que eso añadiera sobre sus hombros aún más presión para mantener vivo el legado del tricampeón.
Durante los años posteriores tuvo que conformarse con resultados mediocres, pues no disponía de un coche que le proporcionase la oportunidad de demostrar su valía. Aquel deseado momento llegó en el año 2000, cuando fichó por Ferrari para acompañar a Michael Schumacher. La presencia de Barrichello fue lo que la escudería de Maranello necesitaba para terminar de pulir una estructura ganadora.
Con el brasileño cubriéndole las espaldas, Schumacher consiguió cinco campeonatos consecutivos. El rol de número 1 jamás se discutió. El alemán era el rey y Rubens formaba parte de su séquito, una situación que se puso de manifiesto como nunca en el Gran Premio de Austria de 2002. Barrichello, con la victoria en el bolsillo, tuvo que ceder su primer puesto a su compañero para que éste tuviese una ventaja aún mayor en el campeonato de pilotos.
Fue una situación bochornosa e innecesaria que ni siquiera el propio Schumacher aprobó. En el podio el alemán subió al de Sao Paolo al primer escalón. Él era el verdadero ganador. En sus seis campañas en Ferrari obtuvo nueve victorias y dos subcampeonatos del mundo, en 2002 y 2004. La temporada 2006 supuso un cambio de aires para él, fuera de la atención constante que implica ir vestido de rojo.
Tres años en Honda como compañero de Jenson Button daban lugar a pensar que Rubens se dirigía hacia el final de su camino en la Fórmula 1, que sus últimos coletazos culminarían sin pena ni gloria. Pero la vida da nuevas oportunidades y en 2009 el brasileño de la eterna sonrisa se encontró ante la posibilidad de reescribir su historia.
Una vez más, era uno de los pilotos de la escudería dominante, en este caso Brawn GP, que sorprendió a todos con un monoplaza imbatible en los primeros compases de la temporada. No obstante, la gloria fue a parar a las manos de Jenson Button, más joven y rápido que Rubens. De nuevo, veía cómo la corona recaía en el otro lado del garaje, y no pudo despojarse de la etiqueta de segundón que siempre le acompañó.
Al menos el año 2009 le recompensó con dos triunfos, en el Gran Premio de Europa y en Monza, con todos los tifosi como testigos del resurgimiento del que fue, durante tantos años, un miembro esencial de la familia ferrarista. La de Italia fue su última victoria en la Fórmula 1, la undécima. Un bonito colofón para una extensísima trayectoria en la que fue mucho más que el eterno escudero.