ANÁLISIS | Stirling Moss, el rey sin corona

¿Qué te hace entrar en la historia de la Fórmula 1? ¿Cuáles son los requisitos que debe tener un piloto para poseer la consideración de leyenda? El primero que puede venir a la mente es la obtención del título mundial. Una vez conquistada la corona, entras en las páginas doradas de un libro que lleva más de medio siglo escribiéndose.
Convertirse en campeón significa añadir tu nombre y apellido junto al de otros ilustres competidores, certificar para siempre tu paso por la categoría reina del automovilismo. Ahora bien, también hay otros aspectos a tener en cuenta para ser parte de los anales de la historia. Las gestas no siempre se pueden medir con su resultado final.
Existen pilotos a los que el tan ansiado sueño se les escapó de la punta de los dedos, que vieron el objetivo tan cerca que pudieron sentirlo, acariciarlo, pero que, desgraciadamente, nunca lo alcanzaron. Nombres que han definido el pasado de la Fórmula 1 gracias a su personalidad y destreza. Hablamos de trayectorias sublimes a las que les faltó la guinda del pastel. Ellos son los campeones sin corona.
Pese a que representan una parte esencial de las épocas en las que compitieron, no gozaron de la gloria de algunos de sus contemporáneos. Pero ser un campeón significa mucho más que ser el primero de la clasificación. Ser campeón implica dejar huella, allanar el camino de futuras generaciones, ser un ejemplo a seguir, un modelo de conducta, ejemplificar los valores en los que se sustenta el deporte que representas.
Todo esto, y mucho más, lo personificaba el campeón sin corona por excelencia, uno de los héroes indiscutibles de los inicios de la Fórmula 1: Stirling Moss. Nacido en Londres, el 17 de septiembre de 1929, Moss fue parte de la primera hornada de ilustres figuras que pusieron en pie el deporte que amamos. Aquellos eran tipos hechos de otra pasta.
Conscientes de que en cada carrera se jugaban la vida, de que la fatalidad acechaba en cada curva. Los coches que manejaban eran tan peligrosos como hermosos. Hombres como Moss anteponían el amor por lo que hacían, por su vocación, a su propia integridad física. El palmarés del británico es absolutamente envidiable. Entre sus logros destacan 16 victorias, 24 podios, 16 pole positions y 19 vueltas rápidas.





Se impuso en Mónaco, la prueba por antonomasia, en tres ocasiones, y fue subcampeón del mundo en cuatro temporadas consecutivas, de 1955 a 1958. Es el piloto con más triunfos sin haber ganado nunca el Campeonato del Mundo de Fórmula 1, de ahí su apodo del "rey sin corona". Se puede decir que Moss tuvo mala suerte al coincidir con el piloto dominador de la década de los 50 y uno de los mejores de todos los tiempos, el argentino Juan Manuel Fangio.
Ambos compartieron garaje en 1955, en el equipo Mercedes. Ese año el británico obtuvo la primera victoria de su trayectoria. Lo hizo en su casa, delante de todos sus compatriotas. Con su hazaña se convirtió en el primer piloto local en proclamarse vencedor en Gran Bretaña. El desenlace de esa prueba ayudó a cimentar una relación de amistad entre los dos pilotos, que pese a ser rivales sobre la pista se profesaban un inmenso respeto.
Según los resultados oficiales del certamen, ambos Mercedes cruzaron la línea de meta con dos décimas de diferencia. Fue Moss quien se llevó el gato al agua, eufórico y aterrorizado a partes iguales al ver que a punto estuvo de perder el liderato en los metros finales. Parecía que Fangio iba a ser capaz de superar a su compañero, pero finalizó justo detrás de él.
Al concluir el gran premio, Moss tenía la mosca detrás de la oreja. No sabía qué pensar, ya que le dio la sensación de que Fangio levantó el pie del acelerador para dejarle ganar. Incluso se lo llegó a preguntar cuando ambos se bajaron de sus respectivas máquinas. La respuesta del argentino fue ambigua, de modo que las dudas del inglés no se disiparon.
Muchos años más tarde, a Moss le preguntaron sobre este hecho, y la incógnita seguía abierta. "Nunca he estado absolutamente seguro de lo que sucedió realmente. No sé la respuesta. Nunca me quiso contestar a la pregunta. Simplemente me dijo que ese era mi día. No hablábamos el mismo idioma, de forma que no sé si me perdí algo en la traducción".
"Le pregunté si me regaló la victoria, a lo que respondió que no, que yo estaba muy en forma. Honestamente, no sé si lo hizo o no, pero fui el más rápido en los entrenamientos, conseguí la vuelta rápida y gané la carrera, lo que es indicativo", señaló Moss. Aquella fue la última vez en la que compartieron podio como compañeros de equipo.
Meses después Fangio obtuvo su tercer título en Monza, mientras que Moss no concluyó la prueba y tuvo que conformarse con el subcampeonato. Los siguientes tres años también le tocó resignarse a recibir la medalla de plata. Su cuarto y último subcampeonato se produjo en 1958. No hay mejor manera de ejemplificar la grandeza de Stirling Moss que haciendo referencia al Gran Premio de Portugal de ese mismo año.
El inglés vio la bandera a cuadros en el primer lugar, seguido por su compatriota y máximo rival por el título de aquella temporada, Mike Hawthorn. Antes de la conclusión de la carrera, el de Ferrari sufrió un trompo. Se reincorporó a la pista a través de la escapatoria y consiguió la vuelta rápida y un segundo puesto vital de cara al campeonato.
Tras la carrera, algunos pilotos mencionaron que Hawthorn volvió a entrar en el circuito en dirección contraria, una maniobra sancionable. Si las protestas hubieran continuado, el de Ferrari habría sido excluido de la carrera, perdiendo sus siete puntos. Sin embargo, Moss, en un gesto de caballerosidad impensable en la actualidad, salió en defensa de su compañero y evitó que fuese penalizado.
Explicó que vio el retroceso de Hawthorn, y que este se produjo en un camino paralelo al trazado, de manera que su legalidad no era discutible. El resultado final del mundial de 1958 no hizo más que ensalzar la figura de Moss. Hawthorn se hizo con el campeonato por un punto de diferencia. Si Stirling no lo hubiese apoyado en Portugal, la corona habría caído en sus manos. Nunca volvió a estar tan cerca de conquistarla, pero desde entonces nadie le ha podido negar su estatus de campeón.





Falleció el 12 de abril de 2020, a los 90 años de edad. Su lección de vida fue demostrarnos que hay cosas más importantes que los logros. Que el legado y la grandeza no se miden a través de estadísticas y números, sino por los actos y la manera de comportarse. Estas sí son las verdaderas señas de identidad de las personas, y por ende, de los deportistas. Un rey como él nunca necesitó una corona para ganarse la admiración de todos.