El Gran Premio de Brasil en 5 momentos históricos

Históricamente, el Gran Premio de Brasil ha sido una de las citas más célebres del campeonato, por varios motivos. Las particulares características del circuito de Interlagos, las heroicas gestas de algunos de los ídolos locales, o la consecución de mundiales con finales de infarto han colaborado a que la sudamericana sea una de las carreras preferidas tanto de los aficionados como de los pilotos. Desde Pitlane Motor repasamos los que, a nuestro juicio, son los 5 momentos más memorables de la historia de un Gran Premio que representa como ninguno lo mejor que puede dar de sí la Fórmula 1.

Gran Premio de Brasil de 1991

Era inconcebible elaborar esta lista sin incluir al piloto brasileño más icónico, el que definió una época gracias a su imbatible carisma y exuberante talento. Ayrton Senna no solo fue una referencia deportiva para sus compatriotas, la adoración que sentían por él llegaba hasta límites insospechados. Siempre se mostró orgulloso por sus raíces y, de la misma forma, el piloto de McLaren representaba el orgullo y espíritu de toda una nación, la suya, repleta de situaciones convulsas y necesitada de héroes en los que apoyarse.

En 1991, ya proclamado bicampeón mundial y encaminándose hacia su tercera (y última) corona, el sueño de Senna de vencer en su país todavía no se había cumplido. Regalar a sus fervorosos fans una victoria se convirtió en una obsesión, en una labor personal de la que debía encargarse. Parecía que ese año la hazaña llegaría plácidamente. Ayrton lideraba con holgura, sin peligros a la vista, pero el destino quiso ponerle algo de picante a la jornada.

La tercera marcha de su máquina, así como la cuarta y la quinta fallaron, de modo que se vio obligado a recorrer los últimos giros anclado en sexta, con la sombra de Ricardo Patrese cada vez más grande en sus retrovisores. Logró cruzar la línea de meta en primer lugar y alcanzó el que, probablemente, fue el triunfo de su vida. Para la historia queda su imagen en lo más alto del podio, aturdido, emocionado, mental y físicamente agotado. Levantó el trofeo y, con él, a todo un país.

Gran Premio de Brasil de 2005

Una fecha marcada a fuego en la memoria de los españoles, el instante en el que se consumó la temporada de ensueño que vivimos, el descubrimiento de un deporte hasta entonces minoritario, pero que enamoró a las masas y llegó para quedarse. Fernando Alonso alcanzó en Interlagos su primer título mundial. Nunca un tercer puesto supo mejor (el resultado que necesitaba para proclamarse matemáticamente campeón).

Renault y el asturiano firmaron un año inmaculado, soberbio, en el que Kimi Raikkonen y McLaren fueron su única amenaza a considerar. La regularidad y el aplomo de Alonso fueron intachables y, sin contar con el coche más rápido, demostró que en la Fórmula 1 no es la velocidad lo más importante, sino trabajar en equipo como una máquina perfectamente engrasada, destacando en todas las áreas imprescindibles. En 2005 se acabó la era de Schumacher y comenzó un reinado de color azul y acento español.

Gran Premio de Brasil de 2006

Lo dijo Alonso en la rueda de prensa tras la carrera: "Ser campeón con Michael todavía compitiendo tiene aún más valor". La segunda conquista del ovetense se fraguó bajo condiciones dramáticas, dignas de la mejor película de acción o suspense. El reto que el de Renault tenía entre manos tenía la altura del Himalaya, y aun así salió airoso del envite. Schumacher buscaba su octava corona y estaba dispuesto a cualquier cosa para que no se le escapara. Además, Ferrari le brindó un monoplaza a la altura del Renault, llegando a superarlo notoriamente durante la mitad y el final de la campaña.

El punto de inflexión que decidió la balanza a favor de Alonso llegó en Japón, donde el piloto alemán cabalgaba cómodamente hacia la victoria, con un octavo campeonato más cerca que nunca. Fue entonces cuando el motor del bólido rojo, que parecía infranqueable, desfalleció y resquebrajó las aspiraciones del "kaiser". Alonso tenía más de la mitad del mundial en la mano, y en Brasil, un escenario talismán, lo hizo suyo por segundo año consecutivo. También fue una prueba especial porque supuso la primera retirada de Schumacher y la última ocasión en la que vistió de rojo.

Gran Premio de Brasil de 2012

Mientras tecleo no recuerdo un inicio de carrera más teatral. Alonso y Vettel se jugaban la gloria y era el alemán quien disponía de una cierta ventaja, trece puntos para ser exactos. Sin embargo, tras la salida todos pensamos, incluido el de Red Bull, que la batalla estaba decidida. Sebastian recibió un golpe en la parte trasera de su monoplaza y quedó tendido en la pista, en la última posición y mirando en dirección contraria. Los daños en su bólido eran irreparables, pero aún funcionaba y, milagrosamente, su rendimiento no se vio afectado en exceso.

Vettel pudo remontar en una prueba de infarto, con la lluvia y sus caprichos como clara protagonista y la incertidumbre que estas condiciones siempre acarrean poniendo a todos alerta. Finalmente, logró el sexto puesto que necesitaba para convertirse en el tricampeón del mundo más joven de la historia. Esta vez a Alonso le tocó morder el polvo pese a completar su mejor año en cuanto a nivel de pilotaje. Le faltó una herramienta más competitiva que pudiese mirar a los ojos a la supremacía de Red Bull.

Gran Premio de Brasil de 2016

La exhibición con la que Max Verstappen cautivó al mundo en 2016 ya es parte de los anales de la historia. El holandés demostró porqué Helmut Marko lo definió como el sucesor de Ayrton Senna, una afirmación que al 99% de los pilotos les queda grande, pero no a un fuera de serie como Max, que sobre el mojado y resbaladizo trazado de Interlagos hizo que el resto de la parrilla pareciese mediocre. El de Red Bull se reincorporó decimocuarto después de cambiar los neumáticos (rodaba tercero antes de entrar en boxes) y solo restaban unas pocas vueltas para la conclusión de la carrera.

Obtener algún punto ya hubiese sido digno de mención, pero este chaval está hecho de otra pasta. Vuelta tras vuelta, curva tras curva, "Mad Max" se comía con patatas a los coches que tenía por delante. Daba la sensación de que era el único subido a un Fóemula 1 y que los demás estaban al volante de un Fórmula 2 o Fórmula 3. Pocas veces en la historia se ha visto una superioridad tan abrumadora, a un piloto destacar con tanta evidencia.

Verstappen pasó de ser decimocuarto a colocarse tercero en un abrir y cerrar de ojos, para corroborar que estábamos ante un piloto llamado a hacer historia. Por eso, seis años más tarde, sus dos títulos no son ninguna sorpresa. Desde el comienzo se sabía que estaba destinado a lo más grande.

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